sábado, 2 de septiembre de 2017

LA PULPERA DE SANTA LUCÍA



LA PULPERA DE SANTA LUCÍA

HISTORIA DEL PERSONAJE  DE


                      
CALLE LARGA DE BARRACAS AL FONDO LA PARROQUIA


                          Cuando el año `cuarenta moría´,  Buenos Aires se desangraba acosada por el bloqueo naval francés y los movimientos  que intentaban deponer al caudillo federal, Juan Manuel de Rosas. Este, con manos férreas y la suma del poder político, conducía los destinos de las Provincias Unidas del Río de La Plata imponiendo a sangre y a fuego sus ideas. “Los salvajes” unitarios, sus enemigos, y aún algunos de sus propios adeptos, conocieron el filo del cuchillo de la Mazorca, sobrenombre de la Sociedad Rosista Restauradora  impuso el terror como argumento político en la sociedad porteña con sus partidas  formadas por  gauchos alzados, desertores militares, y hasta por  malvivientes.                                                                      
                       Entre ellos trascendieron nombres como los de Ciriaco Cutiño, Silverio Badia, Leandro Alen (Padre de Leandro N. Alem), Manuel Leiva,  y otros que mancharon sus manos con sangre de sus adversarios políticos transformándose en ejecutores de verdaderas matanzas, tristemente célebres, como las degollinas y fusilamientos, de los años 1840 y 1842.  El General Lavalle fue la cabeza de algunas  conspiraciones contra Rosas   organizadas  desde Montevideo, con la ayuda de hacendados, militares e intelectuales de la sociedad porteña.

                      Eran tiempos difíciles para el amor, pero no imposibles. ¡Cuán grande habrá sido la desazón del enamorado mazorquero, al comprobar que otro galán, “un payador de Lavalle”  para colmo del bando enemigo, le había birlado su prenda!

                        A mediados del siglo XVIII, al sur de la ciudad nacía el actual barrio de Barracas a partir de la instalación de las barracas negras, que fueron trasladadas en 1731 desde Montevideo al Riachuelo. Con la construcción del puente de Gálvez en 1791, (antiguo Puente Pueyrredón), la calle larga de Barracas, hoy Avenida Montes de Oca, comenzó a cobrar importancia como vía de tránsito hasta los campos del sur. A su vera se instalaron tradicionales familias alternando con quintas, modestos ranchos y hornos de ladrillos. La cercanía del puerto fue demandando la construcción de depósitos y barracas, donde se acumulaban los frutos del país; esto llevó a radicarse a muchos trabajadores en las zonas aledañas.

                         En 1783 doña Josefa de Alquizolete, sobre esa calle y en el mismo lugar en que hoy se encuentra, Avenida Montes de Oca Nº 550, hizo levantar un oratorio en su quinta, en homenaje a Santa Lucia, que congrega todos los años a los habitantes de la zona a la romería en honor a la santa. En ese barrio de extramuros, no exento de romanticismo y coraje, ubicó el autor Héctor Pedro Blomberg a la inolvidable pulpera de los ojos celestes.  Medio siglo más tarde iba a levantarse el templo actual y la parroquia a erigirse con el nombre que hoy lleva.

                       Blomberg dijo que Los versos de La pulpera de Santa Lucía –aparecidos originariamente en la serie de poemas “Las guitarras rojas” de su libro “Pastor de Estrellas,” están inspirados en una historia real del barrio, la de Dionisia Valderrama que frecuentaba la capilla de la quinta en los días santos, y consideró apropiado llamarla en su evocación "La pulpera de Santa Lucía". “Se llamaba la Rubia del Saladero o Dionisia Miranda o Ramona Bustos o Dionisia Valderrama.” la describe así: “Dionisia era rubia, de ojos celestes. Su padre, el sargento Juan de Dios Miranda, murió en las guerras de Oribe, y ella quedó con la madre al frente de la pulpería de la calle Larga de Barracas, cerca de la quinta de Amalia.

                          `La pulpera de los ojos celeste´, que con su encanto impactó a los soldados de Rosas “El restaurador”, entre ellos al otro personaje, El Payador Mazorquero, aunque surgen algunas dudas acerca de  éstos personajes de Blomberg, que pueden ser una hermosa anécdota que quedó grabada en la memoria de un barrio  allá cuando el “año cuarenta moría”.

                    









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