miércoles, 6 de enero de 2016

ROBERTO RUFINO



ROBERTO RUFINO "EL PIBE DEL ABASTO"

EN SU TINTA






...Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy,
el Pardo Augusto, Flores y el Morocho Aldao.
Así empezó mi vuelo de zorzal...
Los guapos del Abasto
rimaron mi canción…


Y por ese barrio se movió también un jovencito, Roberto Rufino, al que apodaron “El pibe del Abasto”. Vistiendo aún pantalones cortos, el pibe abrazó el tango, para ya no dejarlo sino hasta el 24 de febrero de 1999, cuando partió, aunque igual que Gardel siempre está entre nosotros como luminaria permanente de un pasado que impulsó la identidad del barrio que ya nadie puede negar, por más que la disfracen de shopping, y le coloquen estrellitas y globos multicolores.


En febrero se conmemora un nuevo aniversario de la muerte del Chiquilín, El pibe, El nene, como afectuosamente lo llamaban sus colegas y el público tanguero. No fue un cantor más, fue un niño prodigio dotado de condiciones vocales naturales y de una voz de una ternura incomparable.


Cursó los estudios primarios en la escuela de San Luis y Bustamante, donde participó del coro. Al secundario lo hizo en el Nacional Nº 6 Manuel Belgrano, de Ecuador 1158, al tiempo que empezaba a despuntar su talento. Así lo recuerda en sus semblanzas el historiador tanguero Oscar Mármol: “…siendo él muy pibe, con apenas 16 años, los días sábados se colaba con su amigo Beltrán (hermano de Marquitos Zuker) del tranvía que circulaba por la calle Corrientes desde su barrio del Abasto hasta el café Nacional. Llegaban de tarde, cuando Antonio De Rose con su conjunto de tango probaba chicos buscando nuevos valores, a cambio de una moneda de 10 centavos, que el mismo músico les pagaba”.
“Uno de aquellos tantos sábados, durante el verano de 1938, le comentaron sobre ‘El Pibe’ al gran maestro Carlos Di Sarli, quién corrió hasta El Nacional a comprobar personalmente las maravillas que le hablaban de este joven talento. Fue tal el impacto emocional que causó en Di Sarli ver a ese chiquilín de tan solo 16 años cantando, que colmó todas sus expectativas. Evidentemente ese niño era un dotado para el canto... su tono era angelical. Cuando Rufino terminó de cantar, los presentes comprobaron que nacía un nuevo ídolo de la canción. Di Sarli no fue ajeno a tanta emoción, tan es así que sus ojos se humedecieron de gratitud. Cuando se acercó para saludarlo, le preguntó ¿Pibe, querés cantar conmigo en mi orquesta? Rufino recordaba que en realidad no sabía lo que quería y le daba igual, pero le dijo: ...y bueno!...”.


Así fue el comienzo de la nueva estrella, una estrellita en el firmamento tanguero que naciera en el Abasto y de allí, como Gardel y el gordo Pichuco, se proyectara hacia el país y América. Escucharle a  Rufino entonar María, La novia ausente, Malena o cualquiera de los tantos temas elegidos para su repertorio, era sentir que ese tango iba desgranándose de a poco y que las palabras surgían por separado, sin dejar de integrar el todo que las reunía, con la fuerza propia que debían tener en su contexto.


Rufino fue además de cantor, un decidor, un fraseador, un intérprete que sabía perfectamente cuál era el mensaje de la prosa cantada.


Nació el 6 de enero de 1922, en Agüero 753, a dos cuadras de la casa de Gardel, en el seno de una familia que amaba la música y que sin dudas marcó su destino. Su padre, Lorenzo Rufino, era matarife y guitarrero; los tíos eran aficionados a la ópera; su hermano Carlos integraba los coros juveniles del Teatro Colón, y su hermana Teresita, cantaba, con una vocecita parecida a la de Libertad Lamarque. El pequeño acompañaba a su padre a las paradas bravas del Café O'Rondeman, donde veía a Gardel.  Años más tarde, con su barra de amigos acompañó los restos fúnebres del cantor tras la repatriación en 1936, en una inmensa columna que colmó y circuló a lo largo de la Av. Corrientes, desde el Luna Park, hasta la Chacarita. Y al igual que El morocho, soltó sus primeros gorjeos en el boliche de los hermanos Traverso de Agüero y Humahuaca. Pero la coincidencia va más allá de eso: en el mismo año, 1935, en que moría Gardel, lo hacía también su padre.


El pibe del Abasto vivía cantando en todos los boliches del Abasto, llevado por los muchachos que quedaban asombrados por la potencia de su voz. Y así había aterrizado en la orquesta de Antonio Bonavena (el tío de Oscar), cuyo pianista era Pepe Basso, en el Petit Salón de Montevideo y Corrientes. Tenía una facilidad enorme para hilar mentalmente los temas sin demasiado estudio, y así se lucía por ejemplo, con Milonguero viejo, el tango de Carlos Di Sarli y Enrique Carrera Sotelo, dedicado a Osvaldo Fresedo. También hilvanaba sin esfuerzo aquello que parecía complicado, por la extensión de la voz en varios pasajes, como en Alma de bohemio, de Roberto Firpo y Juan Andrés Caruso.

 

 

CON EL MAESTRO DI SARLI

 


Las ovaciones que recibía se correspondían con la sorpresa que causaba ver a un chico de pantalones cortos ofreciendo semejante demostración de sensibilidad y calidad vocal e interpretativa.


El maestro Di Sarli lo probaría en el cabaret donde actuaba, y lo hizo precisamente con Alma de bohemio, donde se destacó con su prolongado cantaaaaaaaar sostenido de la primera frase. Escucharlo fue para Di Sarli muy emocionante, único. Pronto nació una amistad muy intensa entre ambos, que duró hasta que el maestro nos dejara, un 12 de enero de 1960. Di Sarli le compró el primer traje de largos, en la tienda Los 49 auténticos, hecho que Rufino recordaría por toda la vida… era azul con rayas coloradas, contó en más de una ocasión.


Se dice que cuando el joven Rufino terminaba de cantar Alma de bohemio, la respuesta del público era impresionante, lo aplaudían de pie al pedido de ¡otra, otra! Cuentan que el maestro, desde el piano, esbozaba una sonrisa de aprobación, al comprobar que no se había equivocado con la elección del joven cantor. Había nacido para el tango una nueva estrella en el firmamento porteño.


Rufino grabaría 45 temas con la orquesta de Di Sarli entre los años 1939 y 1943, el primero de ellos fue el tango Corazón, un 11 de diciembre de 1939. Le siguieron otros que tejieron las delicias del ambiente milonguero como el tango de Andrés Fraga y Francisco García Jiménez, Volver a soñar, grabado el 8 de octubre de 1940, cuando Rufino tenía 18 años. Pronto grabó Lo mismo que antes, de Ciriaco Ortiz y José María Contursi, el 26 de diciembre de 1941. Ese mismo día grabaron Milonga del sentimiento. Después, el 17 de diciembre de 1943, registró el tango Boedo y San Juan, última grabación de la dupla Di Sarli - Rufino.


Entre 1962 y 1965 Roberto Rufino volvió a tocar el cielo con su alma. Cantó en la orquesta de Aníbal Troilo, con la que dejó memorables versiones en el recuerdo y en el disco. El fraseo que adquirió con Troilo moduló un estilo que mantuvo su vigencia, el del tango dicho, de la voz modulada, como lo había hecho Floreal Ruiz, y que creó una escuela, que siguió por ejemplo el Polaco Goyeneche, para disimular los efectos del paso del tiempo en su calidad de voz.

 

 

FUMADOR EMPEDERNIDO QUE LO LLEVÓ A LA MUERTE

 


Además de cantar con Troilo y con Di Sarli, lo hizo también con reconocidas orquestas como las de Anselmo Aieta, Enrique Mario Francini y Armando Pontier.


Decenas de anécdotas se conocen de su vida, como aquella que contara Perla (su compañera), de la serenata que le cantara a Doña Berta, la madre de Carlos Gardel en el patio de la calle Jean Jaurés. O aquella de sus inicios a los 14 años, en un depósito en una esquina de la calle Cabrera, que él mismo relataba: “Allí, convenciéndome como para que plegara a una aventura me llevaron los muchachos del barrio. El lugar tenía un tablado donde habían colocado un micrófono conectado a un parlante que colgaba del techo… Eso sí, tuve que cantar ‘a capela’, no había músicos que acompañaran, la travesía no daba para tanto”.


Por si fuera poco, a la belleza de su canto sumó la composición de diversos temas, Muchachos, arranquemos para el centro, Eras como la flor, ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡Calla!, Destino de flor, Dejame vivir mi vida, La novia del suburbio, Soñemos, Tabaco rubio, El clavelito, No hablen mal de las mujeres, Los largos del pibe, En el lago azul, Carpeta, El bazar de los juguetes, La calle del pecado, Julián Tango, Manos adoradas, Porque te sigo queriendo, ¡Qué quieren, yo soy así!, Lita, Boliche, entre otros.


Roberto Rufino, El pibe, fue una figura querible, un ejemplo de vida; gran amigo, buen padre, buen marido, buena persona, siempre dispuesto a dar todo por su esposa Perla, sus hijos, Roberto, Hugo y Daniel y, fundamentalmente, por el género que abrazó hasta su muerte, el tango.


 


Miguel Eugenio Germino



Fuentes:


-http://www.todotango.com/creadores/biografia/155/Roberto-Rufino/


-http://www.elportaldeltango.com/personas/rufino.htm


-http://www.terapiatanguera.com.ar/Notas%20y%20articulos/tino_rufino.htm






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