sábado, 1 de junio de 2013

FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA



La sátira como forma de retratar la sociedad





Una de las calles más conocidas que atraviesan el barrio de Almagro es Francisco Acuña de Figueroa, nombre que se instituyó mediante una ordenanza de 1919. Esta arteria comienza al 100 en Bartolomé Mitre y finaliza al 1800 en Soler, ya en el barrio de Palermo. Engalanada por varias florerías, corre entre Gascón y Medrano por 16 cuadras, cruzando las avenidas Díaz Vélez, Corrientes y Córdoba. Imaginamos que más de una vez, muchos vecinos se habrán preguntado quién fue el homenajeado.
Vamos a tratar de develarlo.
Acuña de Figueroa fue un poeta uruguayo que había nacido en Montevideo el 20 de setiembre de 1790. Su padre era un alto funcionario español de la administración colonial: Tesorero de la Real Hacienda.
Se constituyó en uno de los representantes más relevantes de la literatura rioplatense del período clasicista. Comenzó sus estudios en el Convento de San Bernardino, en Uruguay, y los terminó en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires, donde aprendió letras. Desde pequeño mostró aptitud y facilidad para la escritura. Su enorme curiosidad intelectual hizo que continuara formándose indefinidamente a través de la lectura de numerosos textos clásicos. A partir de ello tomó por referentes a escritores españoles como Juan Arriaza, Félix de Samaniego y Tomás de Iriarte.
Su labor alcanza la máxima expresión en sus composiciones satírico-burlescas, en la crítica social, en los retratos caricaturescos de instituciones y personas públicas, así como de costumbres y asuntos privados. Se le atribuyen también textos de tipo procaz y vulgar, los que circularon por canales informales para repetirse luego por tradición oral.
De las obras más destacadas sobresale La Malambrunada, publicada en 1837, un poema épico jocoso que relata un combate imaginario en el cual un grupo de libidinosas mujeres decrépitas, lideradas por la bruja Malambruna y protegidas por Satán, pretenden competir en el amor con las mujeres jóvenes y bellas, comandadas por Violante y amparadas por Venus, a quienes intentan destruir.
Entre 1811 y 1814 escribió Diario Histórico, que narra en verso los episodios del sitio de Montevideo, a medida que describe la vida cotidiana en la ciudad. Asimismo resulta conmovedora la composición La madre africana, creada en pleno apogeo del tráfico de esclavos. En ella el poeta trasmite en forma descarnada la desolación de una madre a quien los negreros le arrebatan su esposo e hijos para venderlos como esclavos al otro lado del mundo: “¿Y así, cruel pirata, así te alejas / robándome tirano / los hijos y el esposo? ¿Así inhumano / en desamparo y en dolor me dejas?”.
Acuña de Figueroa escribió además piezas teatrales, tradujo La Marsellesa y poemas latinos, e hizo paráfrasis en verso de la Biblia. Son característicos sus numerosísimos epigramas poemas breves festivos que reunió en títulos como Mosaico poético (1857). Otros poemas dignos de nombrarse son El hombre de importancia, He aquí nuestra vida: ¡de arena un reló!, Adivinanza, A una flaquísima tuerta, Oda a la Constitución, El ajusticiado, Madureces, ¿Por qué su odio?, Super flumina babilonis (salmo).
Su profusa obra fue recopilada por él mismo en 1848, aunque se publicó póstumamente, en 1890, en doce tomos de 800 páginas cada uno. Gran parte de su producción se conserva en la Biblioteca Nacional de Montevideo.
Es el autor de la letra de los himnos nacionales de Uruguay y Paraguay. Sin embargo el escritor no adhirió a la causa independentista sino que se mantuvo leal a los gobiernos coloniales de la Banda Oriental. Así, a los 25 años, en 1814, al caer Montevideo en manos de los revolucionarios criollos, se exilió en la Corte Portuguesa de Río de Janeiro donde desarrolló tareas como diplomático para España. Allí escribió sus Cartas Políticas. En 1818 regresó a la capital uruguaya, cuando la ciudad quedó bajo el dominio portugués. Asumió la dirección de la Biblioteca Nacional y del Museo Público, y ejerció como Tesorero General del Estado. También fue miembro de la Asamblea de Notables y del Consejo de Estado.
Falleció el 6 de octubre de 1862, a los 72 años, víctima de un ataque de apoplejía.
Compuso un curioso poema un verdadero hallazgo que se llama Autorretrato, en el cual el propio Acuña de Figueroa se pinta de cuerpo entero y alude a su labor literaria: “Era algo trigueño / de rostro festivo / de talle mediano / ni grande ni chico. / De nariz y boca / un poco provisto / y el lacio cabello / algo enrarecido. / Eran apacibles / sus ojos y vivos / a veces locuaces / y a veces dormidos. / Su rostro era feo / mas no desabrido / sino que inspiraba confianza y cariño. / No era su carácter / adusto ni esquivo / y así era de todos / amado y bienquisto. / Formaba renglones / largos y chiquitos / que se le antojaban / versos peregrinos. / No invocaba a Apolo / por ser Masculino / y sólo a las Musas / pedía su auxilio”.
Laura Brosio




No hay comentarios: