martes, 5 de marzo de 2013

Gustavo Ángel Riccio



El poeta de la calle que tuvo un vuelo efímero  






Fue como una estrella fugaz en el mundo de las letras. Cuando comenzaba a delinear su camino, apenas a los 26 años, tristemente tuvo que partir. Nació el 4 de abril de 1900 en una pequeña casa de la calle Rivadavia 1460. Hijo de inmigrantes italianos, fue poeta, narrador, periodista y traductor. Se llamaba Gustavo Ángel Riccio, personalidad de nuestra cultura injustamente olvidada.
Al mismo tiempo que se mantenía económicamente trabajando en la relojería de su padre, llevando la contabilidad de la Confitería del Molino o realizando traducciones de francés e italiano, no dejaba de escribir. La literatura era parte inseparable de su vida al igual que la música: adoraba a Beethoven y a Evaristo Carriego, su indudable referente. Poseía una notable cultura general gracias a sus variadas lecturas.
Riccio fue el poeta más joven del Grupo Literario de Boedo, compuesto, entre otros, por Roberto Mariani, Roberto Arlt, Elías Castelnuovo, César Tiempo, Álvaro Yunque, quienes propiciaban ideales anarquistas y socialistas. En este sentido, durante algún tiempo, dirigió la colección Los Poetas -producto de una iniciativa propia- en Editorial Claridad, junto al titular de esta última, Antonio Zamora. Además, recomendó la mayor parte de los títulos lanzados por la editorial hasta 1925 y escribió los prólogos y las presentaciones de los autores. Sin embargo, su obra emblemática, Un poeta en la ciudad (1926), no fue publicada por Claridad sino por La Campana de Palo, con la financiación de su mentor y descubridor, Yunque.
En 1919 ya había dado a conocer una novela: Lo ineluctable, y en 1924, la Antología de versos para niños, conformada por cincuenta obras de diversos autores. Finalmente, en 1928 apareció su libro póstumo, Gringo puraghei-Cantos de gringo (poemas) -fruto de un viaje a Paraguay-, que fue editado por un grupo de amigos. También colaboró en varias revistas de la época.
Aquellos que lo conocieron coincidían en remarcar su sensibilidad y ternura. Estos dichos lo describen a la perfección: "Para empezar a ser bueno es necesario sentir como si fueran de uno las penas de los otros. No necesitamos cerebros maravillosos; necesitamos corazones que lo sean de verdad”. Según César Tiempo, el poeta tenía un carácter simpático y afectuoso con un dejo de nostalgia y desilusión.
Dueño de un estilo sencillo, nada grandilocuente, su poesía emana pureza, frescura, pena, bondad, belleza. Él sostenía que sólo hay un motor para el poeta: el amor. Así, en el poema Cómo se hace un poeta expresa: “Primero amar, y luego/ amar, y luego amar, y luego amar. […] Hay que ser como el sol: luz que ilumina/ con idéntico amor, rosa y espina”. En Cómo se hizo este libro (Un poeta en la ciudad) enuncia la idea rectora que guía su obra: “La vida/ es una sucesión de pequeñeces;/ aquilatar el precio de lo ínfimo/ eso es cosa del Arte”.


Sus versos buscan reflejar la injusticia social presente en los pequeños hechos cotidianos. De esta manera, el escritor se refiere a la desdichada pantalonera que muere atropellada por un auto de lujo, a la humilde sirvienta que ante el maltrato no puede hacer más que callar, a los albañiles italianos que cantan haciendo la casa de los otros. Es un poeta popular, de la calle. Les habla a los distintos personajes u objetos pintorescos que pueblan la ciudad como al buzón de un barrio céntrico, la luna, el ómnibus, el vendedor de flores, el vendedor de globos, la lluvia, “Doña Rosa”, el joven estudiante sacrificado.
Se lo llamó “el poeta de la calle Rivadavia”, arteria en la cual vivió la mayor parte de su vida y a la cual le dedicó un largo poema, Versos a la calle Rivadavia: “Calle de amplitud campestre/ y larga, larga, muy larga,/ donde el viento, potro suelto,/ se arroja como en la pampa. […] Yo no conozco otro patio/ que esta vereda tan ancha,/ donde jugué cuando pibe/ con los chicos de la cuadra”.
Riccio amaba a los niños. En el prólogo de la mencionada antología les explica que escribió ese libro porque los quiere mucho y porque también quiere mucho a los poetas: ambos –señala- son “buenos e inocentes y dicen la verdad a su modo. Los poetas y los niños se comprenden, se corresponden, se asemejan”.
En La luna de Buenos Aires nos regala unos versos esplendorosos: “Hombre: ¡yo te conjuro! Date un baño de luna, / lárgate por las calles en las noches que alumbra.../ Báñate en sol si quieres ser fuerte, bello y sano;/ (no en sangre cual los Césares romanos);/ mas si quieres ser músico, pintor, poeta o loco,/ húndete en luz de luna como en un río de oro...”
Riccio falleció el 6 de enero de 1927, víctima de tuberculosis, en su casa de Rivadavia 2014, en el barrio de Balvanera. Desde 1937 una calle de Flores lleva su nombre: se trata del pequeño pasaje que va desde Ramón L. Falcón a Juan Bautista Alberdi, entre Lautaro y Carabobo.
Laura Brosio

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