jueves, 5 de enero de 2012

HÉCTOR CHUPITA STAMPONI


Belleza y refinamiento en el piano

A los seis años dibujó un teclado en la mesa grande, con ello lograba “tocar” en un piano imaginario. Se iba a las obras en construcción a buscar ese juego rítmico que le inspiraba melodías. O llenaba botellitas con distintos niveles de agua y se “fabricaba” xilofones. Evidentemente, Héctor Luciano Stamponi ―apodado Chupita― llevaba desde la cuna grabado su destino de músico. Este ilustre y exquisito pianista de tango, compositor, arreglador y director, nació en Campana el 24 de diciembre de 1916. Hijo de un ferroviario italiano, a los siete años tomó las primeras clases de piano con su maestra de la primaria.
Posteriormente asistió a la escuela local de música del maestro alemán Juan Elhert, donde conoció a otros chicos de la zona, entre ellos, a Homero Expósito, Enrique Francini y Armando Pontier. Con sus alumnos, Elhert conformó una pequeña orquesta que debutó en una radio porteña en 1936. Al poco tiempo, Stamponi, Francini y Pontier constituyeron un trío que actuaba en Radio Argentina. Después, Chupita integró las orquestas de Federico Scorticati, Miguel Caló y Antonio Rodio. En 1939 compuso su primer tango, Inquietud, con Francini y letra de Oscar Rubens, que fue grabado por el conjunto de Osvaldo Fresedo. En 1944 emprendió una gira por Centroamérica acompañando a la cantante Amanda Ledesma; vivió algunos años en México, donde musicalizó varias películas de Cantinflas. Al regresar, estudió armonía y composición con Alberto Ginastera, así como dirección orquestal.
Su hija Aída Stamponi, también pianista, lo evoca con emoción: “Mi padre era sumamente humilde, de perfil bajo y demasiado autocrítico. No se consideraba un capo, sino uno más. Como padre fue muy generoso. Frente a la enfermedad de mi mamá, se ocupó de mí con mucha dedicación. Recuerdo una anécdota increíble: cuando yo tocaba el piano en un acto del colegio, él venía directamente del boliche donde había actuado y aparecía de smoking a las 7 de la mañana en el Normal 1. Las profesoras se mataban de risa”.
De su vasta obra trascendieron, entre los tangos instrumentales: Festejador, Romance y tango, y Yunquitango. En cuanto a los títulos de tango-canción: El último café, Qué me van a hablar de amor!, Quedémonos aquí, Perdóname, Ventanal, Canción de Ave María, Llamarada pasional, Junto a tu corazón, Triste comedia, Alguien, Pueblito de provincia. Además los valses Bajo un cielo de estrellas, Pedacito de cielo, Flor de lino, Un momento (con letra suya), Caricias perdidas, y la pegadiza milonga-candombe Azabache. La conjunción con Francini, Expósito y Cátulo Castillo es una constante en su trayectoria.
Aída brinda detalles al respecto: “Para mi papá, el componer era una actividad colectiva, de comunión, lo que se daba con Homero y Cátulo; se lo veía feliz cuando trabajaba con ellos. Con Homero se conocían desde chiquitos y tenían una poética similar. Con Cátulo se hicieron muy amigos en la adultez. A mi papá le gustaba que Cátulo tuviera compromiso social y que su poesía fuera muy musical”.
En 1947 Stamponi formó su propia orquesta típica, con la cual grabó para el sello RCA Victor. Fue director y arreglador de la orquesta estable de Radio El Mundo, secundó a renombrados intérpretes y dio a luz Los Violines de Oro del Tango en 1959, que dirigió con Francini, un proyecto de alto vuelo, aunque de breve duración. En 1964 se produjo un hito en su carrera: ganó el Festival Odol de la Canción con el clásico inoxidable El último café, compuesto con Cátulo Castillo. Su hija fue una testigo privilegiada de ese momento de creación: “Yo era muy chiquita. Me acuerdo que se encerraron varios días en el estudio de mi papá para componer el tema, incluso Cátulo se quedó a dormir. Debatían juntos la letra y la música: se escuchaban poesías, frases musicales. Lo gracioso es que cada tanto abrían la puerta y les preguntábamos ‘¿salió la obra?’ y nos respondían ‘no, queremos más vino, salame y queso’”.
Sin duda, la contribución de Stamponi a la evolución del género es notable: “A partir de los años 50 rompió con las estructuras del tango, creando un formato propio. Esto se ve en ‘El último café’ -una obra extraordinaria- y ‘Quedémonos aquí’. Él introdujo armonías que venían del jazz y del bolero, e incluyó el violoncello en sus arreglos. Asimismo, innovó al escribir un piano delicado, un piano cantor”, explica Aída. En los últimos años sufrió problemas económicos y debió tocar en un restaurant. Según su hija, tuvo el reconocimiento que se merecía en vida como compositor y arreglador, mientras como solista recién se lo está valorando ahora. Sus temas los grabaron las más grandes orquestas y cantores, y se escuchan en todo el mundo. Chupita falleció el 3 de diciembre de 1997 en el barrio de Balvanera, a los 80 años, pero sus melodías resonarán y nos deleitarán eternamente.

Laura Brosio

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