martes, 5 de octubre de 2010

TEATRO CIEGO


Una experiencia humana y artística enriquecedora

El 4 de julio de 2008 el barrio del Abasto le dio la bienvenida a una organización que inauguraba una técnica escénica peculiar: el Centro Argentino de Teatro Ciego, el primero y hasta ahora único teatro del mundo donde todos los espectáculos son realizados en un espacio de total oscuridad, con actores videntes y no videntes. El método surgió en Córdoba en 1991, cuando Ricardo Sued montó la obra Caramelo de Limón en absoluta oscuridad, inspirado en el sistema de meditación Zen; tres años después, se presentó en Buenos Aires con un nuevo elenco.

En 2001 Gerardo Bentatti, miembro del elenco porteño, fundó el grupo Ojcuro, conformado en su mayoría por actores no videntes, provenientes del ciclo de teatro leído de la Biblioteca Argentina para Ciegos. Un año después dicho grupo estrenó La isla desierta, de Roberto Arlt, que permaneció en cartel hasta junio de 2008. Ante el éxito logrado y la necesidad de experimentar más profundamente la técnica, Bentatti junto con Martín Bondone decidieron contar con un espacio propio y alquilaron la casa ubicada en Zelaya 3006, su actual sede.

El Teatro a Ciegas implica una nueva forma de sentir lo real. Sus promotores insisten en aclarar que no es un teatro de o para ciegos, sino de y para todos, ya que permite el desarrollo de las potencialidades de cada individuo. Como Productor General del Teatro Ciego, Bentatti explica el funcionamiento de la técnica: “Al principio, la oscuridad es algo violento que le producimos a propósito al espectador para moverlo de su lugar de comodidad y llevarlo a participar de las escenas, a veces de manera vertiginosa. Los actores pincelan imágenes con las cuales el público va creando fotografías que termina de completar en su mente. La imaginación del espectador enseguida engancha la carnada; la gente no se opone porque viene a jugar”.

Este proceso lúdico y participativo llega a buen puerto porque los diálogos están enriquecidos con música, rociaduras de agua, de fragancias, sonidos de truenos, de pájaros, etc. Además la capacidad de la sala, de ochenta espectadores, genera un clima intimista muy especial. Sin duda, uno de los hallazgos de la técnica es la inclusión de artistas no videntes: “En Caramelo no había gente ciega. Después, para trabajar con gente que tuviera más continuidad en el elenco, empezamos a abrir el abanico y ahí surgió la idea de convocar a los no videntes. Fue increíble, un descubrimiento hermoso. Acá los ciegos son como superdotados”, dice con emoción Bentatti. La armoniosa integración entre videntes y no videntes, y el trabajo en cooperativa borran las diferencias entre las personas y fomentan un sentimiento igualitario.

Los espectáculos en cartel abarcan diversos géneros. Como drama está la obra Luces de libertad, ambientada en el Buenos Aires de 1810; en acción y policial negro, Babilonia FX, inspirada en el caso Cabezas; en musical gourmet, A ciegas con luz; en improvisación y humor, Stereotipos a ciegas, y hay además ciclos musicales. El productor menciona A ciegas con luz como el espectáculo más conmovedor, donde la voz privilegiada de Luz Yacianci y el pianista Carlos Cabrera nos invitan a recorrer los principales estilos musicales mientras se degusta la mejor comida. Por otra parte, antes de fin de año se montará un vodevil, El Crucero, plagado de malos entendidos, enredos y música.

Bentatti explica que a lo largo de los años hubo cambios en la técnica a partir de la creación de nuevos efectos: “Nosotros estamos dedicados a lo nuevo, esto es un laboratorio de todo: de olores, hay cursos de perfumería. Estamos experimentando en este sistema de entretenimiento en tercera dimensión que es el teatro ciego” y sentencia: “es como Dios, nadie lo ve y todos lo compran”. La premisa es sorprender siempre al público porque el espectador –nos dice– ama la sorpresa. A los distintos espectáculos asisten 2.000 personas por mes.

Según el actor, en todo momento se busca ofrecer productos de calidad, de modo que la gente disfruta del teatro ciego y lo recomienda, dándose una difusión boca a boca, motivo de su gran repercusión. La mayoría de las obras están concebidas para que duren 10 años, para luego tal vez bajarlas y dejarlas como clásicos, y subir de nuevo con otro elenco.

Bentatti es muy elocuente y expresivo cuando define la experiencia que vive el espectador: “La gente que viene acá se lleva un momento agradable con uno mismo, en donde va a tener que trabajar un poco para dominar su interior cuando no pueda vigilar todo lo que pasa alrededor, va a tener un acto de fe importante y al final se va a sentir como un niño, porque jugó todo el tiempo con su imaginación”.

Laura Brosio

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